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5. Tishrei 5786

בס”ד

Parashat Terumá

La perfección del ser humano

En la Parashá de esta semana, Terumá, leemos sobre la construcción del Mishkán, el Tabernáculo del desierto. Dice la Torá: “Habla con los hijos de Israel, y que tomen para Mí una ofrenda…” (Shemot 25:2).

En el Mishkán, los cohanim (sacerdotes) realizarían el servicio a Dios. Allí estará la Menorá, el Candelabro sagrado; sobre el altar interior se quemará el ketóret, el incienso; y sobre el altar exterior se realizarán los korbanot, los sacrificios.

Más de una vez nos preguntamos: ¿Cuál es la finalidad de este precepto que el Eterno ordenó? ¿Qué utilidad o beneficio tiene Dios de nuestras ofrendas? ¡Todo el cielo y la tierra Le pertenecen! Como leemos muchas veces en el libro de los Salmos: “Del Eterno es la tierra y lo que ella contiene” (Tehilim 24:1); “De Él es el océano, Él lo hizo; y la tierra firme Sus Manos formaron” (Tehilim 95:5); etc., etc.

Así preguntaron también nuestros Sabios en el Midrash: “Si todo Le pertenece, ¿para qué Él necesita una ofrenda del hombre?”

El ser humano fija su mirada en las cosas que tiene cerca. Y muchas veces, o generalmente, invierte los valores. Da importancia a cosas que no la tienen, y le resta el debido valor a aquellos temas que deberían concentrar su atención, interés y dedicación.

Debemos comprender: el hombre fue creado por el Eterno para Su Gloria. Sin tener claro este concepto, todo el universo no tendría sentido, no merecería existir. Este principio debe ser la base de todo debate. El problema consiste en que el ser humano centraliza en su existencia su razón de ser; piensa que la finalidad de la Creación es saciar todos sus deseos mundanos. Y de esa manera el lazo que une al hombre con Dios se debilita.

Podemos entender la respuesta que el Midrash ofrece a lo que había preguntado: “Si todo Le pertenece, ¿para qué Él necesita una ofrenda del hombre? ¡Dios quiere nuestra ofrenda para que Su Gloria resida entre Sus criaturas!”

En otras palabras: Si un padre alimenta a su hijo, y le provee vestimenta y educación, y le inculca la cualidad del agradecimiento, ¡nadie pensaría que lo hace porque necesita que su hijo le dé las gracias!

La única intención del padre es que su hijo entienda que recibe lo necesario, que comprenda que no es autosuficiente, y que agradezca por ello.

Entonces, ¿qué es lo que Dios quiere de nosotros?

“El Santo, bendito sea, quiso darle méritos a Israel, y por eso incrementó para ellos la Torá y los preceptos”.

La voluntad de Dios es que el hombre se acerque a Él.

Dios quiso elevar al ser humano, y le enseñó diversos caminos para pulir sus instintos y poder lograrlo.

Por eso, por ejemplo, nos ordenó bendecir por los alimentos antes de ingerirlos. ¡Eso nos diferencia de los animales!

De esa manera, al cumplir los preceptos que Dios ordenó, cada judío se eleva en forma individual y como parte de la nación hebrea. Junto con él se eleva toda su familia, y también todo su pueblo. ¡Ese es el camino que nos conduce a la Suprema Perfección!

De ese modo somos dignos de ser llamados: “un reino de sacerdotes y un pueblo santo” (Shemot 19:6).