11 de Jeshván - Nuestra matriarca Rajel
El 11 de Jeshván es la fecha en que, según la Tradición, falleció Rajel, una de nuestras cuatro matriarcas.
Rajel Imenu nació en el año 2163 de la Creación del mundo (el año -1598 según la cuenta común). Ella fue hija de Labán y Adiná, hermana de Leá, esposa de Yaacov Avinu, y madre de Yosef y Biniamín.
Con respecto a su muerte, la Torá relata que Yaacov y toda su familia volvían de la casa de Labán y se dirigían de Bet El a Jebrón para reencontrarse con Itzjak Avinu. Rajel dio a luz en el camino, cerca de la ciudad de Efrat, pero el parto se complicó y ella murió (a la edad de 45 años). Yaacov llamó a su hijo recién nacido Biniamín. Eso ocurrió el 11 de Jeshván del año 2208 (-1553).
Considerada de hecho Madre de todo el pueblo de Israel, Rajel es uno de los personajes bíblicos más distintivos y emblemáticos.
Es una figura que se relaciona con el amor. La Torá cuenta que cuando Yaacov vio a Rajel, que venía con el rebaño de su padre, él se acercó e hizo rodar la piedra que cubría la boca del pozo de agua. Yaacov besó a Rajel, levantó su voz y lloró (Bereshit 29:9-11). ¿Por qué lloró? Porque vio proféticamente que ella no sería enterrada junto a él (Rashí).
Luego, cuando Yaacov fue a la casa de su tío Labán (el hermano de su madre) y comenzó a cuidarle el rebaño, Labán le dijo: “Dime cuánto habré de pagarte”. Pero Yaacov amaba a Rajel, y respondió: “Trabajaré para ti siete años por Rajel, tu hija menor” (Bereshit 29:15-18).
Durante esos siete años, día y noche, Yaacov soñaba llegar al día en que tomaría por esposa a su amada Rajel. No obstante, por decisión de su padre Labán, Rajel debió compartir ese amor con su hermana Leá. Y lo hizo de buena voluntad, como veremos más adelante.
De todos modos, Rajel debió pagar durante toda su vida el precio de su sacrificio personal.
También al devolver su alma al Creador ella demostró una entrega total, la cual la elevó a las Alturas. De Rajel aprendemos qué es la nobleza de alma y la fuerza del espíritu.
Leemos en el libro del profeta Yirmeyahu:
“Así dijo HaShem: Una voz se oyó en Ramá, una lamentación, un llanto amargo; es Rajel, que llora por sus hijos y rehúsa recibir consuelo… Le dijo HaShem: ¡Abstén tu voz del llanto y tus ojos de las lágrimas, pues tu esfuerzo tiene recompensa… ellos regresarán de la tierra del enemigo! ¡Y al final se verá el fruto de tu esperanza –palabra de HaShem–, y regresarán los hijos a su Tierra!” (Yirmeyahu 31:14-16).
¿Cuál fue el gran mérito que tuvo Rajel para que HaShem escuchara su voz y su clamor? ¿Por qué el Creador, bendito sea, le dijo que consolará su llanto y limpiará las lágrimas de sus ojos?
Los Sabios dicen que todos los patriarcas y las matriarcas pidieron compasión por sus hijos y descendientes, al verlos exiliados en la diáspora babilónica, llenos de tristeza y aflicción. Pero sólo el grito de dolor de Rajel fue respondido.
Relata el Midrash:
Cuando el Sagrado Templo de Yerushalaim fue destruido (a causa de la idolatría), el Santo, bendito sea, lloraba y se lamentaba amargamente. Él decía: “¡Ay, tuve que destruir Mi Casa! ¿Dónde están Mis hijos…? ¿Dónde están Mis Cohanim (Sacerdotes)…?”
Dijo Dios a Yirmeyahu: “¡Llama a Abraham, Itzjak, Yaacov y a Moshé!”
Ellos se presentaron ante el Creador, y cada uno pidió por el pueblo de Israel. Pero en ese momento Rajel intervino. Ella se presentó ante Dios y dijo:
“Señor del mundo, Tú sabes que Yaacov, Tu siervo, me amaba inmensamente. Él trabajó para mi padre siete años por mí, pero cuando finalizaron esos siete años y llegó el momento en que debía tomarme por esposa, mi padre decidió que en la noche de bodas me cambiaría por mi hermana Leá, para dársela a Yaacov como esposa.
“Cuando me enteré de la intención de mi padre, me fue muy difícil. Para que él no pudiera cambiarme, le avisé a Yaacov, e incluso le di una señal para que pudiera diferenciar entre mí y mi hermana en la noche de bodas. Pero después me arrepentí, porque tuve piedad de mi hermana Leá y no quería que ella se avergonzara…
“Por eso, cuando me cambiaron por mi hermana en la noche de bodas, Yaacov hablaba con ella y ella se quedaba en silencio, y yo contestaba a sus preguntas, para que no reconociera la voz de mi hermana. Hice con ella un acto de bondad, no la envidié ni la avergoncé, aunque soy de carne y hueso, del polvo de la tierra.
“¡Pero Tú eres un Rey Viviente y Eterno, y eres misericordioso! ¿Por qué tienes celos de los ídolos, que son vanos y vacíos, y llevaste a mis hijos al exilio? ¡Ellos fueron matados por la espada de sus enemigos! ¡Hicieron con ellos lo que quisieron!”
De inmediato, el Altísimo se llenó de piedad y dijo: “¡Por Rajel, Yo haré que Israel retorne a su lugar y a su Tierra” (Midrash Ejá Rabatí, Petijtá).
Durante todas las generaciones, Rajel fue el alma de la Casa de Israel. Todo el pueblo judío lleva su nombre y son considerados sus hijos, como dice el versículo: “Rajel llora por sus hijos” (Yirmeyahu 31:14).
Y no sólo eso, sino que el pueblo judío también lleva el nombre de sus hijos y descendientes: Yosef y Efraim. Como dijo el profeta en nombre de HaShem: “¿Efraim no es para Mí un hijo querido, no es un niño precioso? Pues al hablar de él ciertamente lo recuerdo nuevamente, y por eso Me conmuevo y tendré compasión de él –palabra de HaShem–” (Yirmeyahu 31:19).
Cuando Rajel falleció, fue enterrada en el camino, cerca de Efrat, que es la ciudad de Bet Léjem. Yaacov erigió un monumento sobre su sepultura, que es el monumento de la sepultura de Rajel hasta el día de hoy (Bereshit 35:19-20).
Dijeron nuestros Sabios, de bendita memoria: ¿Por qué Yaacov enterró a Rajel en el camino? Porque ella es el pilar de la casa, pues por medio de ella se formó toda la casa de Yaacov, la Casa de Israel.
Aún después de fallecida, Rajel continuó cargando con entrega total el yugo de la responsabilidad sobre el futuro de la Casa de Israel. ¡Todos son sus hijos! Ella fue enterrada en el camino para que acompañara a sus hijos, que habrían de ir al exilio. Así como dio su vida por ellos, continuaría rezando por ellos con toda su alma.
Rajel llora, y sus hijos lo hacen también, al visitar su tumba y rezar al Todopoderoso por todas sus necesidades, mientras esperan el cumplimiento de la profecía: “y regresarán los hijos a su Tierra”. Amén.