Formalmente hablando, hasta la época del profeta Shemuel los israelitas no tuvieron un rey. En cada generación Dios les enviaba un líder para guiarlos y dirigirlos en todas sus necesidades materiales y espirituales. Pero cuando Shemuel envejeció, los hijos de Israel le pidieron que designara un rey, como tiene normalmente cualquier pueblo. Entonces Shemuel se aconsejó con el Santo, bendito sea, Quien le ordenó investir a Shaúl ben Kish como rey sobre todo Israel.

Shaúl pertenecía a la Tribu de Biniamín, una de las Tribus más pequeñas del pueblo de Israel, y hubo quienes lo despreciaron. Pensaban que no sería un gran rey. Pero más tarde, cuando se desató una guerra contra el pueblo de Amón y Shaúl ganó la batalla y le provocó al enemigo una gran caída, el pueblo vio que Dios estaba con Shaúl y todos lo aceptaron como rey.

Por eso, al comienzo de nuestra Haftará leemos que Shemuel convoca al pueblo de Israel a “renovar” de algún modo el reinado de Shaúl, a “coronarlo” nuevamente. “¡Y ahora, aquí está el rey que eligieron, que pidieron; he aquí, HaShem les ha dado un rey!” (Shemuel I 12:13).

Pero el profeta Shemuel le advierte al pueblo: Si serán temerosos de HaShem y Lo servirán y escucharán Su voz, y no se rebelarán contra la Palabra de HaShem, también ustedes y también el rey que los gobierna… entonces Él siempre los ayudará y los protegerá, y no recibirán ningún castigo.