La fuerza de la fe
Un aldeano estaba casado desde hacía ya diez años, pero su esposa no le había podido dar hijos. Sus amigos le aconsejaron que se divorciara de ella y se casara con otra mujer que le pudiera dar hijos. Mas nuestro aldeano no quería hacer eso, pues pensaba que no era buena idea apenar a una justa y buena mujer como su esposa.
Un día se hospedó en su casa uno de los seguidores del famoso Maguid Rabí Israel de Koznitz zt”l. El aldeano le contó su gran pena y le pidió consejo.
Aquel jasid le aconsejó que viajara a ver a su Rabí, que ya había ayudado a muchas mujeres estériles. “¡Yo te acompañaré y le pedirás su bendición”, le dijo, y así hicieron.
Ellos se presentaron ante el Maguid de Koznitz, el anciano Rabí los observó detenidamente, y le dijo al aldeano: “Si quieres un hijo, debes colocar sobre mi mesa cincuenta y dos monedas de oro, pues cincuenta y dos es el valor numérico de la palabra ben, que significa ‘hijo’”. (La letra bet equivale a 2, y la nun, a 50.)
“¡¿Cincuenta y dos monedas de oro?!”, exclamó el aldeano. “¿De dónde las sacaré? ¡Sólo los ricos pueden reunir esa cantidad!”
Pero el santo Rabí insistió: “Si me traes las cincuenta y dos monedas, tendrás mi bendición”.
Sin otra opción, el aldeano volvió a su casa para buscar cincuenta y dos monedas de oro… que sabía que no tenía. Allí junto algunas pocas monedas de oro y de cobre, y las puso en una pequeña bolsa. Pero todo eso no llegaba ni a veinte monedas de oro.
Al regresar a lo del Maguid, le dijo: “Vea, Rabí, esto es lo único que he podido reunir…; por favor, recíbalas y denos su bendición”.
Pero el santo Rabí una vez más replicó: “¡Cincuenta y dos monedas de oro! ¡Ni más ni menos!”
Al escuchar las palabras del Rabí, el aldeano elevó sus manos al cielo, como signo de desesperación, y le dijo a su esposa: “¡Vámonos! ¡Dios nos dará Su bendición sin la ayuda del Rabí!”
En ese momento, los ojos del Rabí Israel de Koznitz zt”l se iluminaron, y con voz segura dijo: “¡Muy bien, vuelvan en paz a su hogar; Dios les enviará Su ayuda!”
No pasaron muchos días, y la mujer del aldeano quedó encinta.
¡Grande es la fuerza de la fe en Dios que proviene de las profundidades del corazón!