Un tzadik (justo) pasó la noche en una hostería, acompañado de algunos de sus jasidim (seguidores).

Por la mañana le sirvieron el desayuno. Cuando el Rabí probó el cereal, comentó que estaba muy bueno y pidió otra porción. Luego pidió varias veces más… hasta que le dijeron que el cereal se había acabado…

¡Los jasidim estaban asombrados! Su Maestro solía comer muy poco, apenas lo suficiente para mantenerse vivo. ¿Qué habría sucedido que de repente tenía un apetito voraz?

Uno de los Jasidim juntó coraje y se acercó al Rabí para preguntarle la razón de su conducta tan extraña.

“¡Muy simple!”, dijo el Maestro. “Cuando probé el cereal, le sentí gusto a kerosén. Era evidente que la cocinera –una pobre huérfana que trabajaba en aquella hostería– había puesto por error kerosén en el cereal, en lugar de aceite. Si alguien hubiera descubierto eso y el posadero se hubiera enterado, sin duda hubiera despedido a la pobre joven… No me quedó otra opción más que evitar que eso sucediera… comiéndome todo el cereal…”

Hay formas y formas de ocultar la verdad.