En la segunda parashá que leemos esta semana, Kedoshim, encontramos un versículo muy famoso y popular: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Vaikrá 19:18). Con respecto a este mandamiento de la Torá, el sabio Rabí Akivá dijo: “Este es un gran principio de la Torá” (citado por Rashí).
Rabí Akivá hizo énfasis especialmente en el precepto del amor al prójimo, pues esta mitzvá nos enseña el principio fundamental de toda la Torá, de este mandamiento aprendemos cuál es el espíritu y la intención de toda la Torá.
Sin dudas, amar al prójimo de verdad no es una mitzvá fácil de cumplir.
También en la parashá de Kedoshim encontramos otro versículo que se refiere al amor, en ese caso, a cierto grupo de personas. Dice la Torá: “Y si vive contigo un extranjero (converso), en la Tierra de ustedes, no habrán de oprimirlo. Como cualquier ciudadano… será el extranjero que more entre ustedes, y lo amarás como a ti mismo, pues extranjeros fueron ustedes en la tierra de Egipto; Yo soy HaShem, su Dios” (Vaikrá 19:34).
La Torá nos ordena cómo debe ser nuestra actitud y conducta con respecto a los conversos: no se los debe oprimir, se les debe otorgar plenos derechos, y se los debe amar como a uno mismo.
Pero, prestemos atención: Rabí Akivá no dijo que “el amor al converso” es un principio fundamental de toda la Torá. ¿Por qué?
Por un lado, amar al converso es más difícil que amar a nuestro prójimo judío de nacimiento. Ese amor es, en cierto sentido, más sublime, porque el converso es más débil. Él no conoce a nadie; todo le es extraño. Y también para nosotros un extranjero es “extraño”. Viene de otro país, de otro ambiente social e ideológico.
¿Acaso un converso no necesita más amor que el vecino judío de al lado?
La respuesta parecería ser un rotundo: “¡Sí!”
No obstante, muchas cosas en la vida tienen dos caras, dos aspectos, y este asunto también.
A decir verdad, cumplir el precepto de “amar al prójimo”, al judío de nacimiento, requiere de un gran esfuerzo. Muchas veces es necesario refrenar y contener los malos instintos.
Prestemos atención nuevamente. Los versículos que hablan del amor al prójimo, en forma completa dicen: “No hablarás difamaciones entre tu pueblo; no te quedarás parado frente a la sangre de tu prójimo; Yo soy HaShem. No odiarás a tu hermano en tu corazón… No te vengarás ni guardarás rencor… y amarás a tu prójimo como a ti mismo; Yo soy HaShem” (Vaikrá 19:16-18). ¿Acaso la Torá no nos está enseñando aquí que para llegar al verdadero amor al prójimo es necesario refrenar y contener los sentimientos negativos que muchas veces se despiertan dentro nuestro?
Pero eso no es tan necesario cuando debemos “amar al converso”.
Cuando ayudamos y realizamos una buena acción por un prosélito, por un judío converso, lo hacemos sabiendo que él es nuevo en el pueblo, que es débil en el entorno donde vive. Y entonces nos sentimos orgullosos de haber prestado atención, ayuda y asistencia al débil.
Sin embargo, para “amar al prójimo” verdaderamente, como nos amamos a nosotros mismos, debemos dejar de lado la envidia, el sentimiento de competencia, el deseo de ser más que el otro… Y eso no es fácil de lograr.
No es fácil alegrarse con los éxitos del prójimo.