Abram tenía 85 años de edad; ya residía en la Tierra de Israel desde hace diez años. Sarai, su esposa, tenía 75 años de edad.
Durante todos los años de su matrimonio, Sarai no había podido tener hijos. Entonces le dice a Abram: “Dios no me ha permitido tener hijos; toma a mi sierva, quizás pueda tener hijos por medio de ella” (Bereshit 16:2).
Hagar era hija del Faraón de Egipto y nieta del rey Nimrod. Cuando su padre vio los milagros que Dios hizo con Sarai, dijo: “Es preferible que mi hija sea una sierva en la casa de Abram, y no una sierva en otra casa”. Y entonces se la dio a Sarai como sierva.
Abram escuchó la voz de su esposa Sarai, porque sabía que ella tenía profecía y que sus palabras emanaban de su inspiración Divina. Así fue que tomó a Hagar como esposa.
Después de casada, Hagar comenzó a insultar y a burlarse de su ama Sarai. Ella decía: “Sarai no es una buena persona; si lo fuera, Dios le hubiera dado hijos. Aunque Abram tiene ya ochenta y cinco años de edad, acabo de casarme con él, ¡y ya estoy encinta!” (véase Rashí en Bereshit 16:4).
Saraí no le contestaba, pero le reclamó a Abram: “¡Tú oyes como ella me avergüenza y no reaccionas!” Abram le respondió: “Ahí tienes a tu sierva; haz con ella lo que te parezca bien” (vers. 5 y 6).
Sarai afligió a Hagar por sus palabras, y ella huyó al desierto.
Entonces Dios envió un ángel a Hagar, que le ordenó: “¡Regresa a la casa de tu ama y sométete a su voluntad!”, y también la bendijo en Nombre de Dios: “Incrementaré tu descendencia de tal forma que no podrá ser contada” (vers. 9-11).
El ángel agregó: “Estás embarazada y darás a luz un hijo que se llamará Yishmael, pues Dios ha oído tu desgracia. Él será un hombre salvaje, estará en el desierto robando; y será el padre de una gran nación” (vers. 12 y 13, y véase Rashí).
Así fue que en el año 2034 (-1727) nació Yishmael, quien vivió 137 años.
Algunos años más tarde, en el 2047 (-1714), Dios le ordenó a Abram practicarse la circuncisión. Abram tenía en ese momento noventa y nueve años de edad (Bereshit cap. 17). Dios le ordenó que se hiciera el Berit milá para que fuera como una señal sobre su cuerpo de que él era Su servidor.
Muchos pensamientos corrieron por la mente de Abram; entre ellos: “Puede ser que al circuncidarme mi cuerpo se debilite, y sea vulnerable ante mis enemigos…” Entonces decidió pedir consejo a sus tres amigos: Aner, Eshkol y Mamré.
Aner le dijo: “Ya tienes noventa y nueve años, ¿por qué quieres poner en peligro tu vida haciéndote la circuncisión?” Eshkol, por su parte, opinó que al practicarse el Berit milá, Abram se haría de enemigos. Mamré, en cambio, le dijo que tenía que hacerse la circuncisión. Dios lo había ayudado cuando lo salvó en la hoguera de los Casdim y en la guerra de los cuatro reyes, y por eso debía responder afirmativamente y sellar el pacto con el Altísimo.
Dios le anunció a Abram: “Tu nombre ya no será Abram; desde ahora tu nombre será Abraham, porque te hice padre de una multitud de pueblos” (Bereshit 17:5).
La letra hebrea he es una señal de importancia y jerarquía. Hasta ese día él era padre y patrón de Aram Naharaim (en la Mesopotamia asiática), pero de ahí en adelante el Altísimo lo coronó por sobre todas las naciones.
El nombre de Sarai también cambiará: de ahí en adelante ella se llamará Sará. Hasta ese día ella era soberana sólo en su casa, pero de ahí en adelante lo sería en todo el mundo.
Dios también le anunció a Abraham que su esposa Sará daría a luz a un hijo, a quien llamaría Itzjak.
Abraham cumplió la mitzvá de la circuncisión. Ese mismo día se hizo a sí mismo el Berit milá, y también circuncidó a su hijo Yishmael (que tenía trece años de edad) y a los trescientos dieciocho hombres que lo acompañaban en su camino espiritual.