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5. Tishrei 5786

בס”ד

Parashat Nitzavim – Vayélej

El Pacto Eterno

En la parashá de esta semana estudiamos sobre el pacto que Moshé, nuestro Maestro, nuestro gran profeta, concertó entre Dios y el pueblo de Israel con respecto a la Torá.

“Y no solamente con ustedes yo hago este pacto y este juramento. Sino con aquel que está aquí con nosotros, de pie hoy delante de HaShem, nuestro Dios, y con aquel que no está aquí con nosotros hoy” (Devarim 29:13-14).

El pacto se concertó para todas las generaciones. Es válido y obligatorio también para las generaciones futuras.

Sin embargo, podemos preguntar: ¿Cómo se pudo incluir en el pacto a las generaciones futuras, que aún no han nacido? Y además: ¿Qué poder tiene ese pacto, concertado con una generación anterior, para obligar a las generaciones siguientes a cumplir y cuidar la Torá?

Así escribió el Rabino Itzjak Abarbanel z”l, en su comentario sobre estos versículos:

“Pues, ¿quién ha otorgado poder a la generación del desierto para que, de pie ante el monte Sinai, obligara a las generaciones venideras a cumplir todos los preceptos de la Torá, mediante su declaración de ‘Cumpliremos y aceptaremos’? Y aquí, en este pacto que hizo la nueva generación, ¿quién le ha otorgado poder para obligar a las generaciones posteriores a ser mutuamente responsables con respecto a las penalidades por el incumplimiento de los preceptos?”

Esto es lógicamente objetable.

Sin lugar a dudas, cuando alguien contrae una deuda, quedan obligados a pagarla él y también sus hijos, hasta el fin de las generaciones. Así como los hijos heredan los bienes de sus padres, ellos están obligados a pagar sus créditos. Las obligaciones que el padre tomó a través de préstamos que recibió, recaen sobre sus hijos, incluso si éstos no habían nacido todavía cuando su padre contrajo esas deudas.

Regresemos a nuestro tema. Es sabido que HaShem, bendito sea, sacó al pueblo judío de la esclavitud en Egipto. Y he aquí, el versículo dice: “Pues Mis siervos son ellos, por haberlos sacado de la tierra de Egipto” (Vaikrá 25:42). En otras palabras esto quiere decir que, en virtud de haberlos tomado y liberado de aquel “crisol de hierro egipcio”, los Israelitas se convirtieron en Su posesión, se hicieron Su pertenencia.

Tenemos el mérito de “pertenecer a Dios”. Nuestro cuerpo Le pertenece, pues nos tomó de aquella cruel esclavitud egipcia para hacernos Sus siervos. Y también nuestra alma Le pertenece, por haberla perfeccionado al darnos Su Torá. Por esa razón, el pueblo de Israel declaró con seguridad y orgullo frente al monte Sinai: “Cumpliremos y aceptaremos”. Ellos dijeron: “Cumpliremos los mandamientos, así como un siervo sirve a su dueño; y aceptaremos la Fe con nuestra alma, así como un alumno recibe de su maestro la instrucción y formación adecuada”.

Y también así se comportaron en esta oportunidad, al concertar este nuevo pacto. Ahora Dios quería hacer con ellos la bondad de legarles la Tierra Sagrada, y por eso tuvo necesidad de hacer con ellos otro pacto. El primer pacto, concertado en el monte Sinai, se refirió a la subordinación del cuerpo y a la sumisión del alma a la Fe sagrada. Pero este segundo pacto se refirió al legado de la Tierra Sagrada.

Cabe destacar la importancia de este pacto, en la perspectiva de cómo los israelitas recibieron, entraron y conquistaron la Tierra Sagrada. Dios fue Quien entregó la Tierra en sus manos, como dice el versículo: “pues ellos no heredaron la Tierra gracias a su espada” (Tehilim 44:4).

Además, ellos no recibieron la Tierra como una herencia de sus antepasados, que supuestamente estaban “obligados” a recibir. Y Dios tampoco les entregó la Tierra como donación o regalo: “La Tierra no se podrá vender para siempre, pues la Tierra Me pertenece” (Vaikrá 25:23). Él sólo les dio la Tierra a título de préstamo, con la condición de que se vieran obligados a servir en ella a Su dueño. Jamás podrían adorar o servir a otra deidad fuera del Señor, bendito sea, pues eso sería una rebelión y una traición enorme.

Hemos explicado, pues, la necesidad de este pacto y su finalidad; y también quedó claro que los israelitas son aquellos a quienes el Señor eligió para servirlo, y por eso no pueden liberarse de su yugo bajo ningún concepto. A esto se refirieron nuestros Sabios, cuando dijeron que todos los judíos “fueron juramentados en el monte Sinai”. Pues entonces entraron al servicio de Dios, alabado sea, y toda su descendencia quedó obligada a servirlo al cumplir Sus preceptos. No hay ninguna posibilidad de liberarse de ese compromiso.

En conclusión: Por sus cuerpos, y por sus almas, y por la Tierra que habitan el pueblo de Israel, su descendencia está obligada a continuar cumpliendo el pacto. Está incluida en él en forma natural y automática. No por la fuerza del juramento que aquella generación formuló, sino por la obligación que tomaron de servir a Dios cuando fueron sacados de la tierra de Egipto, por la Torá que aceptaron, y por la Tierra que les fue dada en préstamo.

Con toda seguridad, a esto se refirieron nuestros Sabios en el Midrash Tanjumá (sobre nuestro capítulo), cuando mencionaron que “todas las almas estuvieron presentes durante el pacto”, pues ese pacto incluyó a todas las generaciones venideras.

Y puesto que la salida de Egipto es la base del pacto y de la subordinación eterna, es recordada constantemente por el Señor y por Sus profetas. Incluso vemos que todas las fiestas de nuestro calendario son “en recuerdo de la salida de Egipto”, dado que ello señala la subordinación eterna.