Dios bendijo a Nóaj y a sus hijos, y les dijo: “Sean fructíferos, multiplíquense y llenen la tierra. El temor y el miedo que ustedes inspireLa Bendición de Dios a Nóajn estará sobre todos los animales de la tierra y sobre todas las aves del cielo; todos los seres que se arrastran por el suelo y todos los peces del mar han sido puestos en las manos de ustedes” (Bereshit 9:1-2).
El significado de estos versículos es que, después del diluvio, el hombre podría dominar a todos los seres creados según su voluntad.
Sin embargo, este es un mensaje extraño.
Por un lado, la bendición de HaShem es comprensible. En aquel momento, después del terrible trauma que Nóaj atravesó, él necesitaba una bendición. Pero, junto con ella, vemos que HaShem le advirtió sobre los cambios que sucedieron en la naturaleza. Había una nueva realidad.
Desde ese momento en adelante se levantó una muralla de odio y hostilidad entre el hombre y el animal. Esto representaba una situación contraria a lo que ocurrió desde los días de Adam, el primer hombre. Hasta la generación del diluvio el hombre no temía al león; y no sólo eso, sino que los hombres fraternizaban con los animales.
¿Cuál fue la razón de ese cambio tan drástico? ¿Por qué, mediante ese cambio del orden natural, Dios le dificultó a Nóaj la gran misión de reconstruir la humanidad? ¿Acaso esa hostilidad entre el hombre y los animales era parte del “programa de saneamiento” Celestial?
En el mundo antes del diluvio, por la naturaleza que le HaShem le otorgó, el ser humano era vegetariano. No mataba animales y no comía de su carne. Pero allí estaba su punto débil. El hombre se sentía “cómodo” dentro del reino animal; se identificaba con su entorno. La vida en común con los animales, las fieras y las bestias del campo hizo que los límites se borrarán. El hombre se auto-ubicó en el mismo nivel que los animales, los cuales se regían sólo por sus instintos y deseos. Este sentimiento fue la puerta de entrada a la degradación moral que la humanidad experimentó antes del diluvio.
Por dicha razón, al sentar las bases para un nuevo mundo y para una nueva sociedad después del diluvio, el ser humano debía hacer una revaluación en el tema. Entonces Dios estableció una clara separación entre el hombre y el animal. La separación, la hostilidad y la entrega del dominio al hombre, nuevamente ubicaron al ser humano en el primer plano, en un plano de superioridad sobre el reino animal. Al fin de cuentas, eso era para el bien de los dos.
Pero Dios les dijo a Nóaj y a sus hijos algo más: “Toda criatura que se mueve y tiene vida, para ustedes será como alimento; así como los vegetales, ahora les autorizo todo” (Bereshit 9:3).
Así como en su momento Dios le permitió al hombre comer vegetales y los frutos de los árboles, ahora Él autorizaba el consumo de carne animal, de aves y de pescados. Después del diluvio, esa era la necesidad del momento, pues en la Tierra aún no habían crecido suficientes árboles frutales y especies vegetales. Todo eso les quedó permitido ahora.
La pregunta es: ¿acaso eso no despertaría la crueldad en el mundo?
Al parecer, este permiso también tuvo como meta ayudar a implantar la superioridad del hombre sobre el reino animal. A pesar de su semejanza parcial con los miembros del reino animal, el ser humano debía comprender que en verdad él era totalmente diferente a ellos.
Pero para que el hombre no cayera en la crueldad, Dios le dio una limitación: “No comerán la carne junto con su sangre vital” (Bereshit 9:4). La sangre representa el elemento más vital de todo ser vivo, por esta razón quedó prohibida la sangre animal. Además, el ser humano tenía prohibido comer carne cortada de un animal que todavía no hubiera muerto.
El hombre sabía que comer carne iba en contra de la visión vegetariana “paradisíaca” de la Torá. El permiso de ingerir carne animal le fue concedido como una concesión en beneficio de la naturaleza humana: para que no se confundiera con su medio ambiente animal. Pero esas limitaciones que la Torá impuso al prohibir comer carne cortada de un animal en vida, y al prohibir comer sangre animal, son un mecanismo moral para detener y refrenar los sentimientos de crueldad que pudieran despertarse en el ser humano.
Esto es un motor para que cada individuo desarrolle la cualidad de la compasión en su corazón. Por eso el texto bíblico termina con las siguientes palabras: “Y quien derrame sangre humana, merecerá que –por medio del hombre– su propia sangre será derramada, pues Dios hizo al hombre a su imagen” (Bereshit 9:6).
En el primer momento que el hombre salió del arca Dios quiso remarcar este principio fundamental de la humanidad: debemos sentir un profundo respeto por la vida humana, porque a imagen de Dios el hombre fue creado. Sin esto no existiría el mundo.