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5. Tishrei 5786

בס”ד

Parashat Shofetim

Cómo encarar el problema del crimen

Entre los diez mandamientos, el de “No matarás” es una de las bases cuyo cumplimiento asegura la existencia del individuo y de toda la sociedad.

Al leer los periódicos encontramos noticias de escalofriantes crímenes que cometieron individuos de diferentes clases sociales. Es conocida la actuación policial ante una muerte o un asesinato.

La policía se ocupa del cadáver, trata de identificarlo, revisa archivos y efectúa una investigación entre los presuntos malhechores, indagando sus pasos y sus andanzas, para descubrir al delincuente. La policía puede llegar a encontrar al criminal, pero no terminará con el crimen.

En nuestra Parashá encontramos una metodología diferente para encarar el problema del crimen:

“Si fuere hallado un cadáver echado en el campo, en la tierra que HaShem, tu Dios, te da para poseerla, y no se supiere quién fue el asesino, saldrán tus ancianos y tus jueces y medirán las distancias a las ciudades alrededor del cadáver… Tomarán los ancianos de aquella ciudad una novilla… Y quebrarán allí la cerviz de la novilla, en el valle… Y dirán: ‘¡Nuestras manos no han derramado esta sangre, y nuestros ojos no han visto…!’” (Devarim 21:1-7).

Con respecto a este último versículo, el gran exegeta Rashí pregunta: “¿Acaso alguien podría pensar que los ancianos son asesinos?”

Rashí explica que estas palabras que los ancianos deben pronunciar, en realidad quieren decir lo siguiente: “No lo vimos cuando salió de nuestra ciudad, dejándolo sin comida ni escolta”.

La Torá comprende que la responsabilidad por un crimen cometido dentro de la ciudad recae sobre toda la sociedad. Y también nos enseña que las personas de la ciudad tienen cierta responsabilidad incluso por un crimen llevado a cabo fuera de los límites urbanos.

Los ancianos eran los dirigentes espirituales de la comunidad, y representaban a toda la comunidad.

Al decir “¡Nuestras manos no han derramado…!”, los ancianos aseguraban que todo extranjero que visitaba la ciudad era hospedado y alimentado. Y además, que al abandonar la ciudad él era acompañado por las personas para que estuviera escoltado y cuidado de los posibles peligros que pudieran presentarse en el camino. Él llevaba en su equipaje comida suficiente para el viaje.

Entendemos que además de representar a toda la comunidad, los ancianos tenían la responsabilidad adicional de ser los guías espirituales del pueblo. El deber de los dirigentes es elevar el nivel espiritual, ético y moral de los ciudadanos, de modo que no exista posibilidad alguna de llegar al crimen.

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Una explicación adicional, diferente, sobre este tema de la eglá arufá (“la novilla que se debía desnucar”), enseñó el Rab Yaakov Fink z”l, Maestro del Rab Iona Blickstein z”l:

Los ancianos debían decir: “¡Nuestras manos no han derramado esta sangre, y nuestros ojos no han visto…!”

Rashí preguntó: ¿Acaso alguien podría pensar que los ancianos son asesinos?, y explicó que en realidad los ancianos quisieron decir lo siguiente: “No lo vimos cuando salió de nuestra ciudad, dejándolo sin comida ni escolta”.

Dice el Rab Fink z”l que esta explicación tampoco se entiende mucho, pues la obligación de escoltar a quien sale de la ciudad no es por todo el trayecto que aquel debe recorrer, hasta que llegue a su lugar de destino. Es sólo hasta que salga de la ciudad, o hasta que se aleje un poco de ella. No más.

Sin embargo, aquí la Torá se refiere a un asesinato que ocurrió a la mitad del camino, en medio del campo, en el desierto; no sólo a la salida de la ciudad, cerca de la ciudad. Entonces, ¿de qué sirve la escolta que pudieran haberle brindado los habitantes de la ciudad?

La respuesta es profunda:

Cuando se acompaña y escolta a un extranjero o alguien que sale de la ciudad y se encamina hacia cierto destino más o menos lejano, aquel no se siente solo, no se siente abandonado. ¡Y eso le proporciona la fuerza interior para afrontar los problemas y desafíos que le puedan surgir en su camino.