Entre los diez mandamientos, el de “No matarás” es una de las bases cuyo cumplimiento asegura la existencia del individuo y de toda la sociedad.
Al leer los periódicos encontramos noticias de escalofriantes crímenes que cometieron individuos de diferentes clases sociales. Es conocida la actuación policial ante una muerte o un asesinato.
La policía se ocupa del cadáver, trata de identificarlo, revisa archivos y efectúa una investigación entre los presuntos malhechores, indagando sus pasos y sus andanzas, para descubrir al delincuente. La policía puede llegar a encontrar al criminal, pero no terminará con el crimen.
En nuestra Parashá encontramos una metodología diferente para encarar el problema del crimen:
“Si fuere hallado un cadáver echado en el campo, en la tierra que HaShem, tu Dios, te da para poseerla, y no se supiere quién fue el asesino, saldrán tus ancianos y tus jueces y medirán las distancias a las ciudades alrededor del cadáver… Tomarán los ancianos de aquella ciudad una novilla… Y quebrarán allí la cerviz de la novilla, en el valle… Y dirán: ‘¡Nuestras manos no han derramado esta sangre, y nuestros ojos no han visto…!’” (Devarim 21:1-7).
Con respecto a este último versículo, el gran exegeta Rashí pregunta: “¿Acaso alguien podría pensar que los ancianos son asesinos?”
Rashí explica que estas palabras que los ancianos deben pronunciar, en realidad quieren decir lo siguiente: “No lo vimos cuando salió de nuestra ciudad, dejándolo sin comida ni escolta”.
La Torá comprende que la responsabilidad por un crimen cometido dentro de la ciudad recae sobre toda la sociedad. Y también nos enseña que las personas de la ciudad tienen cierta responsabilidad incluso por un crimen llevado a cabo fuera de los límites urbanos.
Los ancianos eran los dirigentes espirituales de la comunidad, y representaban a toda la comunidad.
Al decir “¡Nuestras manos no han derramado…!”, los ancianos aseguraban que todo extranjero que visitaba la ciudad era hospedado y alimentado. Y además, que al abandonar la ciudad él era acompañado por las personas para que estuviera escoltado y cuidado de los posibles peligros que pudieran presentarse en el camino. Él llevaba en su equipaje comida suficiente para el viaje.
Entendemos que además de representar a toda la comunidad, los ancianos tenían la responsabilidad adicional de ser los guías espirituales del pueblo. El deber de los dirigentes es elevar el nivel espiritual, ético y moral de los ciudadanos, de modo que no exista posibilidad alguna de llegar al crimen.
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Una explicación adicional, diferente, sobre este tema de la eglá arufá (“la novilla que se debía desnucar”), enseñó el Rab Yaakov Fink z”l, Maestro del Rab Iona Blickstein z”l:
Los ancianos debían decir: “¡Nuestras manos no han derramado esta sangre, y nuestros ojos no han visto…!”
Y Rashí preguntó: ¿Acaso alguien podría pensar que los ancianos son asesinos?, y explicó que en realidad los ancianos quisieron decir lo siguiente: “No lo vimos cuando salió de nuestra ciudad, dejándolo sin comida ni escolta”.
Dice el Rab Fink z”l que esta explicación tampoco se entiende mucho, pues la obligación de escoltar a quien sale de la ciudad no es por todo el trayecto que aquel debe recorrer, hasta que llegue a su lugar de destino. Es sólo hasta que salga de la ciudad, o hasta que se aleje un poco de ella. No más.
Sin embargo, aquí la Torá se refiere a un asesinato que ocurrió a la mitad del camino, en medio del campo, en el desierto; no sólo a la salida de la ciudad, cerca de la ciudad. Entonces, ¿de qué sirve la escolta que pudieran haberle brindado los habitantes de la ciudad?
La respuesta es profunda:
Cuando se acompaña y escolta a un extranjero o alguien que sale de la ciudad y se encamina hacia cierto destino más o menos lejano, aquel no se siente solo, no se siente abandonado. ¡Y eso le proporciona la fuerza interior para afrontar los problemas y desafíos que le puedan surgir en su camino.