La parashá de esta semana, Toledot, relata sobre las bendiciones que nuestro patriarca Itzjak les dio a sus hijos Yaacov y Esav (Bereshit capítulo 27).
La Torá cuenta que, por consejo de su madre Rivká, Yaacov vistió las ropas de su hermano Esav y consiguió convencer a su padre de que era Esav, y así pudo recibir aquella bendición tan esperada y ansiada.
Si alguien preguntara: “¡¿Acaso esa bendición era tan importante realmente?!” La respuesta que le daríamos sería: ¡No!
La bendición más importante de Itzjak, la recibió Yaacov más tarde, antes de partir hacia Padán Aram, como leemos luego en la parashá:
“Llamó Itzjak a Yaacov y lo bendijo; le encomendó y le dijo: No tomarás una mujer de las hijas de Kenaan… Viaja a Padán Aram, a la casa de Betuel, el padre de tu madre, y toma para ti de allí una mujer de las hijas de Labán, el hermano de tu madre. Y que el Dios Todopoderoso te bendiga, y haga que te fructifiques y multipliques, y seas una congregación de Tribus. Que Él te otorgue la bendición de Abraham, a ti y a tu simiente junto contigo, para heredar la Tierra donde vives, que Dios dio a Abraham” (Bereshit 28:1-4).
Itzjak había recibido de su padre Abraham esta bendición, que se refiere a la descendencia y a la Tierra Prometida. Y ahora él pasó esta bendición ancestral exclusivamente a su hijo Yaacov.
A simple vista, esta última bendición parecería referirse solamente a asuntos materiales. Pero en verdad se refiere esencialmente a asuntos espirituales: a la continuidad del pueblo –que porta y proclama la fe de Abraham Avinu–, y a la Tierra Sagrada –el mejor lugar en el mundo para desarrollar la espiritualidad–.
Por el contrario, al leer la primera bendición que Yaacov recibió de su padre Itzjak –y que supuestamente tenía que recibir su hermano Esav–, vemos que esa bendición era de índole meramente material: “Te bendecirá Dios con el rocío del cielo y la grosura de la tierra, con abundancia de cereal y mosto. Pueblos te servirán y naciones se prosternarán ante ti…” (Bereshit 27:28-29).
Sin embargo, esto despierta una pregunta muy fuerte: Si la bendición más importante –la bendición espiritual– estaba destinada de antemano sólo a Yaacov, eso significa que Itzjak no se equivocó “tanto” al darle a Yaacov la bendición material también. ¿Por qué, entonces, cuando Esav se presentó ante su padre Itzjak y éste se dio cuenta de que le dio la bendición material a Yaacov y no a Esav, dice la Torá: “Se estremeció Itzjak un gran estremecimiento” (Bereshit 27:33)?
La respuesta radica en el ferviente deseo que tenían nuestros patriarcas de que toda su descendencia fuera justa, sin que en ella hubiera imperfección. Recordemos la actitud de Yaacov, tiempo antes de su muerte: “Y se reclinó Israel hacia la cabecera de la cama” (Bereshit 47:31). Rashí explica que Yaacov se reclinó en dirección a la Presencia Divina, que siempre se encuentra sobre la cabecera del lecho de un enfermo… Él agradeció a Dios porque su “lecho era íntegro”, porque no había salido de su lecho ningún malvado. ¡Todos sus hijos eran justos!
También nuestro patriarca Itzjak quería que sus dos hijos fueran tzadikim, justos. Itzjak sabía que Yaacov era yoshev ohalim, “morador de tiendas”, que él estudiaba y meditaba en las tiendas de Torá (véase Bereshit 25:27 y Rashí allí). Pero él también sabía que Esav era ish sadé, “un hombre de campo”, un hombre de acción, un emprendedor, alguien que puede proyectar y producir. Y en el corazón de Itzjak estaba el pensamiento de que sus dos hijos podrían juntos construir la nación hebrea.
Itzjak pensaba que la bendición de Abraham –con respecto a la simiente y a la Tierra– debía ser para sus dos hijos: Yaacov y Esav. Y por eso se estremeció tanto cuando entendió que ni siquiera podría otorgar a Esav la bendición material.
Itzjak comprendió que Esav fue rechazado por el Cielo, como lo fue Ishmael. Por eso sintió “un infierno bajo sus pies”, como menciona Rashí sobre el versículo en 27:33. Su lecho no era completamente íntegro… No todos sus hijos eran justos…
¡Yaacov era el único que merecía recibir la herencia de Abraham!