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5. Tishrei 5786

בס”ד

La verdadera riqueza del hombre

Dice en Parashat Nasó: “Las cosas sagradas del hombre serán para él…” (Bamidvar 5:10).

Con respecto al entendimiento literal de este versículo, véase el comentario de Rashí. Sin embargo, Rabí Israel Meír Hacohén de Radin, el Jafetz Jaím zt”l, encontró en estas palabras un sentido adicional que nos proveen una gran enseñanza.

Él explica que el patrimonio verdadero del ser humano son solamente los frutos que obtiene de su labor espiritual. Debemos saber y estar conscientes de esto en cada momento de nuestra vida. Sólo los asuntos espirituales a los que nos dedicamos diariamente –como el estudio de la Torá, el cumplimiento de las mitzvot, la oración, etc.– son nuestros patrimonios eternos. Ellos nos acompañan en vida, y después de la muerte también.

Sólo “las cosas sagradas del hombre serán para él”. Todo lo otro, las acciones y actividades que el hombre hace por la fuerza del Yétzer hará (el instinto del mal) y sus “aliados”, no se consideran su patrimonio personal.

Los “amigos” de mentira, que se muestran como amigos nuestros y así los sentimos, sólo “parecen” ser amigos; pero no debemos olvidar que son “amistades” temporales. Cuando los necesitemos en momentos de verdadero apuro no nos acompañarán.

He aquí una parábola para explicar esto.

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La amistad en el momento de la verdad

Había un hombre que tenía tres amigos: Reubén, Shimón y Leví. A Reubén lo quería mucho, y sentía que de su parte éste le tenía el mismo afecto. También a Shimón consideraba un buen amigo, pero no tenía con él la misma gran amistad que tenía con Reubén. Con Leví se llevaba bien, la relación con él era correcta, pero como no había entre ellos una amistad especial, nunca le dio mayor importancia a esa “amistad”.

Un día, nuestro amigo fue citado a presentarse ante el Rey. La razón no le fue revelada. Estaba nervioso y desconcertado por el llamado del monarca. No sabía qué hacer. “¡Tal vez alguien me culpó de algo, y podrían juzgarme y ejecutarme!”, pensó.

Triste y horrorizado, se dirigió a sus amigos y les pidió que lo acompañaran al palacio real para interceder por él ante el Rey.

Para su sorpresa, Reubén, a quien consideraba su fiel amigo, se negó a acompañarlo. También Shimón volteó su cara; estuvo de acuerdo a acompañarlo, pero solamente hasta los portones del palacio…

Sin tener otra salida, después que sus dos fieles amigos rehusaron entrar con él al palacio real, se dirigió a Leví, aunque de antemano pensó que era en vano, pues también él le daría respuestas esquivas, como los otros.

Sin embargo, para su gran sorpresa, Leví escuchó pacientemente sus palabras y aceptó acompañarlo y hacer todo lo posible para convencer al Rey de su inocencia.

En resumen: Reubén no acompañó a su amigo; Shimón lo hizo sólo hasta la entrada del palacio; y Leví entró con él al palacio, intercedió ante el Rey, y lo salvó.

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¿Qué nos enseña esta parábola?

El dinero, muy querido y preciado por el ser humano, se parece a Reubén. Durante toda su vida el hombre piensa que el dinero es su mejor amigo, pero al final lo decepciona.

Pensamos que nuestros bienes materiales nos asegurarán de toda pena y desgracia. Pero el día de la muerte es el momento de la verdadera “prueba de amistad”, y ahí se descubre la cruel realidad. Como bien expresaron nuestros Sabios: “Porque en el momento de su muerte no acompañan al hombre el oro ni la plata, ni las piedras preciosas ni las joyas; sólo la Torá y las buenas acciones” (Pirké Avot 6:9).

Los familiares y amigos se asemejan a Shimón. No abandonan al hombre en el momento de su muerte; lloran por él y lo acompañan hasta la tumba. Pero es ahí donde se despiden de él y lo dejan sólo…

En cambio, la Torá y las buenas acciones son los fieles amigos del hombre, que continúan con él y lo acompañan hasta el Kisé hakavod (el Trono Celestial). Por eso se comparan al tercer amigo de la parábola. Sólo “las cosas sagradas del hombre serán para él”, dice el versículo citado al comienzo. Este pasuk viene a recordarnos quiénes son nuestros amigos fieles; aquellos que realmente están dispuestos a hablar por nosotros ante el Señor del Mundo. ¡Ellos estarán con nosotros siempre!

Nuestro deber es alimentar esta amistad con la Torá y las buenas acciones, y sentirnos cada día más cómodos con ellas, entre ellas.

La Torá nos llama a dirigir nuestros ingresos hacia los canales espirituales, porque de nuestros patrimonios materiales no nos quedará nada después de la muerte.

Solo “lo que el hombre le dé al Cohén, para él será”, dice el final del versículo citado. Esto se refiere a la caridad y la beneficencia (y los demás preceptos) que el hombre realiza. Sólo las mitzvot y el estudio de la Torá pertenecerán a él por siempre, también en el Mundo Venidero.