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5. Tishrei 5786

בס”ד

Lejaím (sucedió una vez)

Saúl, el mercader, tenía una preciosa casa, decorada con las mejores obras de arte y con muebles elegantes. Sus magníficos jardines estaban llenos de flores exóticas cuyo perfume se podía oler desde lejos. Él y su familia adoraban la casa que tenían.

El padre de Saúl también vivía con ellos, pues ya era muy anciano. A medida que pasaba el tiempo, se volvía más débil, y un día comenzó a ser una “carga” para la familia. La relación entre Saúl y su padre posiblemente nunca fue mejor, pero ¿quién sabe?

Durante las comidas, especialmente, a Saúl le causaba repugnancia su padre. Sus manos temblorosas regaban la sopa y la bebida por todos lados, y muchas veces rompió alguna pieza de la fina vajilla.

Un día que la familia estaba cenando, al anciano padre se le cayó de la mano una copa de cristal muy cara. La copa se rompió en mil pedazos y el vino rojo manchó todo el mantel. Saúl estaba lívido, su paciencia se había acabado. ¡En ese momento decidió que mandaría a su padre a vivir a otro lugar!

Pero claro, no podía echar a su padre a la calle. Y cuando se le pasó la rabia, se le ocurrió una idea que le pareció brillante. “Ve y compra algo platos y tazas de madera”, ordenó Saúl a uno de sus sirvientes. Saúl había decidido que su padre los usaría. Tal vez el fino mantel seguiría ensuciándose, pero al menos la vajilla fina no se romperá. Claro que cuando viniera algún invitado no se le podría servir a su padre en platos de madera, pero eso no sería tan grave.

Las semanas pasaron. Un día, el hijo menor de Saúl, Yosef, fue a la tienda a comprar caramelos. Era un niño dulce, querido por todos los que lo conocían. En el camino vio a un grupo de mendigos sentados en una esquina, comiendo de unos platos de madera así como los que su abuelito usaba en su casa. Yosef se sintió conmovido pero confuso, y sin pensarlo sacó toda la plata que tenía y se la dio a esos mendigos.

Luego Yosef corrió a su casa y le pidió a su padre un pedazo de madera y un cuchillo para tallar. Después corrió al altillo, feliz de que su padre le había dado lo que necesitaba.

Mientras tallaba la madera, Yosef oyó la voz impaciente de su padre: “¿Qué estás haciendo allá arriba, que te toma tanto tiempo?” Yosef bajó a la casa y también bajó la madera. “¿Qué llevas contigo?”, le pregunto su padre. “¿Por qué me pediste una madera y un cuchillo?”

“Estoy fabricando un plato y una taza para ti, papá. De esta manera, cuando envejezcas y comiences a romper las cosas, y yo te tenga que dar utensilios de madera como los que utilizan los mendigos, ya los tendré preparados”, le explicó Yosef con sinceridad.

Saúl quedó anonadado con las palabras de su hijo. Por un momento se puso en el lugar de su padre anciano e inútil, que era tratado sin el más mínimo respeto ni reverencia. Saúl vio claramente su mal comportamiento. Se dirigió su padre y le suplicó que lo perdonara.

Desde ese día, el padre de Saúl vivió confortablemente, y su hijo y sus nietos lo honraron. Él pasó los últimos años de su vida en la casa de su hijo.

Años después, cuando Saúl ya estaba entrado en años, él también gozó del honor y la comodidad que le brindó su hijo Yosef.