Al referirse a la Tierra de Israel en Parashat Bo, la Torá la llama “una Tierra de la cual mana leche y miel” (Shemot 13:5).

Rabí Israel Meír Hacohén de Radin, el Jafetz Jaím zt”l, explicaba que la Torá y la Tierra de Israel son las dos cosas que el Creador más aprecia. La Torá es como el alma de nuestro pueblo, y Éretz Israel es como nuestro propio cuerpo.

Se cuenta que en el invierno de 1917, cuando el Jafetz Jaím zt”l recibió la noticia de la “Declaración Balfour” –la manifestación formal del gobierno británico donde apoyaba el establecimiento de un “Hogar nacional para el pueblo judío en la región de Palestina”–, el santo Rabí comenzó a llorar. Todos estaban contentos, pero él comenzó a llorar diciendo que no entendía la razón del gran regocijo que embargó a todos los judíos.

Explicó el Jafetz Jaím zt”l:

“El Santo, bendito sea, le prometió a nuestro patriarca Yaacov: ‘Y tu descendencia será como el polvo de la tierra, y te extenderás al oeste y al este, y al norte y al sur’ (Bereshit 28:14). ¡Ese ‘documento’ sin duda será cumplido en su tiempo en forma completa! Pero veo que la gente ahora viene, agradece y se alegra sólo con una pequeña parte del documento… Ellos lo ven como un gran logro…

“¡Les basta un poco solamente, y no esperan más…!”, terminó el Jafetz Jaím sus palabras, y siguió llorando amargamente.